
Por Pedro Méndez / Redacción Jornada
En las barrancas arenosas de las solitarias y ventosas costas de Camarones y las mareas trotamundos y sin memoria del mar Patagónico entre el Paralelo 42 y 46 de latitud sur se agita una historia sorprendente, trágica e imposible de rememorar sin recurrir a los archivos y a los protagonistas. Jornada guarda lo que las barrancas arenosas, solitarias y ventosas no pueden contar, y lo que el mar no puede recordar.
El 17 de c, un avión bimotor carguero perteneciente a la compañía comercial Aerovías Halcón, se extraviaba en la penumbra de la costa patagónica. La aeronave cubría el trayecto entre Río Grande, Tierra del Fuego y el aeropuerto de Ezeiza. Luego de una escala técnica en Río Gallegos, tuvo inconvenientes y perdió el contacto radial con Comodoro Rivadavia. La máquina volaba a la altura de Camarones, en Chubut, A las 18:10 del 17 de agosto, la torre del aeropuerto de Trelew, perdió contacto con la tripulación del Curtiss que ya había comunicado que viajaba con un motor en “bandera” y el otro fallando, lo que determinaba su pérdida de altura.
El plan de vuelo del LV-GLE había sido confeccionado para una operación IFR (Reglas de vuelo por instrumentos), fuera de la aerovía, en línea directa desde Río Gallegos hasta Ezeiza, sobrevolando el mar.
Las operaciones de rastreo desde el aire fueron llevadas a cabo conjuntamente entre la Fuerza Aérea Argentina y la Aviación Naval Argentina, en la búsqueda participó el Lockheed Neptune 2-P-104 con asiento en la Base Comandante Espora, Bahía Blanca y un Grumman Albatros de la Fuerza Aérea BS-01 que partió desde Tandil a Trelew. El Albatros era tripulado por el 1er. teniente R. Moro, como copiloto el 1er. teniente Antonio De Marco, navegante el 1er. teniente Mauro López, Mecánico radioperador SB My. Antonio Martín, Paracaidista cabo 1ro. Carlos Robledo.
Los aviones militares sobrevolaron la zona durante toda la noche a partir de las 3.00. El vuelo del LV-GLE se había iniciado en Río Grande. Su tripulación estaba compuesta por el Comandante de la nave el Vice Comodoro (R) Jorge Luis Moreno, el copiloto Oscar Abate, el mecánico Carlos N. Ricci y el auxiliar Roberto Miri. Desde Río Grande partieron con 1.500 kg. de carga general y 3.000 kg. de madera, rumbo a Río Gallegos, además llevaban 4 conscriptos y 8 civiles, el avión solo poseía 8 asientos, pero el Comandante no quería dejar a los conscriptos, quienes salían de vacaciones y se habían ilusionado con el viaje, por lo tanto estos se acomodaron entre la carga.
A las 13.30 partieron de Río Gallegos, donde dejaron la carga de madera y cargaron 3.200 kg de cuero y lanas. Tomaron altura elevándose a 2.700 metros, el vuelo se realizaba con cielo claro. Aproximadamente a las 17.00 hs encontrándose algo más al norte de la lateral de Comodoro Rivadavia, el piloto percibió mediante el indicador de aceite, que existía una disminución del mismo en el motor número uno. No se aterrizó en Comodoro Rivadavia porque había niebla y viento cruzado de 90°. Por lo tanto, se prosiguió viaje con el motor en bandera, y perdiendo altura.
A raíz de estas condiciones se decide aterrizar en Trelew, estimando que llegarían a tener la ciudad a la vista con las últimas luces del día o cumpliendo el aterrizaje de noche. En un momento, el Comandante dio la orden de aligerar la carga con el fin de cobrar altura. A través de la puerta solamente pasaban bultos chicos, por lo tanto, la carga importante no podía ser lanzada.
Entre los civiles anteriormente citados, viajaba una señora, de apellido Sanabria, esposa de un despachante de aduana de Río Grande, que viajó acompañada por sus hijos, uno de 18 y otro de 9 años. Ella tuvo que observar cómo le arrojaban al mar todo su equipaje, que era realmente importante ya que iba a radicarse en Mendoza y llevaba consigo gran parte de sus pertenencias.
El comandante volvió rumbo al Sur e intentó descender. Sólo se divisaba la blancura del oleaje contra la costa, circunstancia que les indicaba la proximidad de tierra.
La orden que siguió, fue que la gente se recostara encima de los fardos de lana y que se sujetara lo mejor que pudiera. Los pasajeros se echaron al piso de la aeronave para hacer frente al amerizaje de emergencia.
Algunos de los relojes se detuvieron a las 19.10, como consecuencia del violento zarandeo que produjo el primer contacto con el mar. Casi todos perdieron sus zapatos y rodaron luego del amerizaje. Pronto una calma fugaz marcó la necesidad imperiosa de salir rápido de la aeronave, debido a que esta seguramente se hundiría. La maniobra fue afortunada, debido a que la máquina no se clavó de punta, manteniéndose a flote a unos 100 metros de la línea de costa.

El amerizaje se produjo sin motores y en plena oscuridad, durante el mismo, el aparato tocó una roca sumergida haciéndolo girar 180°. El tren de aterrizaje fue desplegado para brindar una mayor estabilidad sobre el agua.
Se utilizó para desembarcar un bote de goma inflado de escasa capacidad. La puerta del avión se mantuvo abierta: Con gran nerviosismo fueron saliendo pasajeros y tripulantes. Los pasajeros que no pudieron subir al bote se arrojaron al agua. Nadando y ayudándose aferrados a la borda de la embarcación, llegaron a tierra.
Ya sobre la costa, cinco tripulantes se tiraron al agua con el fin de remolcar el bote salvavidas. La temperatura del mar oscilaba entre los -3 a -4° C., de esta manera y con denodados esfuerzos se pusieron a salvo sobre la costa. A las 7:44 del 18 de agosto, el Neptune de la Marina de Guerra comunicaba al aeropuerto de Trelew que la máquina perdida había sido hallada a la altura de Punta Lobos, a 100 metros de la costa, avistándose solamente la cola de la misma. También informó que se veían en la angosta playa cuatro sobrevivientes, cerca de la barranca.
Desde un avión Albatros se arrojó Carlos Robledo, cabo primero de 25 años guardia apostado en la Base Militar de Tandil que llevó adelante el auxilio de los sobrevivientes. Los tripulantes una vez rescatados fueron enviados a Trelew.

Por Pedro Méndez / Redacción Jornada
En las barrancas arenosas de las solitarias y ventosas costas de Camarones y las mareas trotamundos y sin memoria del mar Patagónico entre el Paralelo 42 y 46 de latitud sur se agita una historia sorprendente, trágica e imposible de rememorar sin recurrir a los archivos y a los protagonistas. Jornada guarda lo que las barrancas arenosas, solitarias y ventosas no pueden contar, y lo que el mar no puede recordar.
El 17 de c, un avión bimotor carguero perteneciente a la compañía comercial Aerovías Halcón, se extraviaba en la penumbra de la costa patagónica. La aeronave cubría el trayecto entre Río Grande, Tierra del Fuego y el aeropuerto de Ezeiza. Luego de una escala técnica en Río Gallegos, tuvo inconvenientes y perdió el contacto radial con Comodoro Rivadavia. La máquina volaba a la altura de Camarones, en Chubut, A las 18:10 del 17 de agosto, la torre del aeropuerto de Trelew, perdió contacto con la tripulación del Curtiss que ya había comunicado que viajaba con un motor en “bandera” y el otro fallando, lo que determinaba su pérdida de altura.
El plan de vuelo del LV-GLE había sido confeccionado para una operación IFR (Reglas de vuelo por instrumentos), fuera de la aerovía, en línea directa desde Río Gallegos hasta Ezeiza, sobrevolando el mar.
Las operaciones de rastreo desde el aire fueron llevadas a cabo conjuntamente entre la Fuerza Aérea Argentina y la Aviación Naval Argentina, en la búsqueda participó el Lockheed Neptune 2-P-104 con asiento en la Base Comandante Espora, Bahía Blanca y un Grumman Albatros de la Fuerza Aérea BS-01 que partió desde Tandil a Trelew. El Albatros era tripulado por el 1er. teniente R. Moro, como copiloto el 1er. teniente Antonio De Marco, navegante el 1er. teniente Mauro López, Mecánico radioperador SB My. Antonio Martín, Paracaidista cabo 1ro. Carlos Robledo.
Los aviones militares sobrevolaron la zona durante toda la noche a partir de las 3.00. El vuelo del LV-GLE se había iniciado en Río Grande. Su tripulación estaba compuesta por el Comandante de la nave el Vice Comodoro (R) Jorge Luis Moreno, el copiloto Oscar Abate, el mecánico Carlos N. Ricci y el auxiliar Roberto Miri. Desde Río Grande partieron con 1.500 kg. de carga general y 3.000 kg. de madera, rumbo a Río Gallegos, además llevaban 4 conscriptos y 8 civiles, el avión solo poseía 8 asientos, pero el Comandante no quería dejar a los conscriptos, quienes salían de vacaciones y se habían ilusionado con el viaje, por lo tanto estos se acomodaron entre la carga.
A las 13.30 partieron de Río Gallegos, donde dejaron la carga de madera y cargaron 3.200 kg de cuero y lanas. Tomaron altura elevándose a 2.700 metros, el vuelo se realizaba con cielo claro. Aproximadamente a las 17.00 hs encontrándose algo más al norte de la lateral de Comodoro Rivadavia, el piloto percibió mediante el indicador de aceite, que existía una disminución del mismo en el motor número uno. No se aterrizó en Comodoro Rivadavia porque había niebla y viento cruzado de 90°. Por lo tanto, se prosiguió viaje con el motor en bandera, y perdiendo altura.
A raíz de estas condiciones se decide aterrizar en Trelew, estimando que llegarían a tener la ciudad a la vista con las últimas luces del día o cumpliendo el aterrizaje de noche. En un momento, el Comandante dio la orden de aligerar la carga con el fin de cobrar altura. A través de la puerta solamente pasaban bultos chicos, por lo tanto, la carga importante no podía ser lanzada.
Entre los civiles anteriormente citados, viajaba una señora, de apellido Sanabria, esposa de un despachante de aduana de Río Grande, que viajó acompañada por sus hijos, uno de 18 y otro de 9 años. Ella tuvo que observar cómo le arrojaban al mar todo su equipaje, que era realmente importante ya que iba a radicarse en Mendoza y llevaba consigo gran parte de sus pertenencias.
El comandante volvió rumbo al Sur e intentó descender. Sólo se divisaba la blancura del oleaje contra la costa, circunstancia que les indicaba la proximidad de tierra.
La orden que siguió, fue que la gente se recostara encima de los fardos de lana y que se sujetara lo mejor que pudiera. Los pasajeros se echaron al piso de la aeronave para hacer frente al amerizaje de emergencia.
Algunos de los relojes se detuvieron a las 19.10, como consecuencia del violento zarandeo que produjo el primer contacto con el mar. Casi todos perdieron sus zapatos y rodaron luego del amerizaje. Pronto una calma fugaz marcó la necesidad imperiosa de salir rápido de la aeronave, debido a que esta seguramente se hundiría. La maniobra fue afortunada, debido a que la máquina no se clavó de punta, manteniéndose a flote a unos 100 metros de la línea de costa.

El amerizaje se produjo sin motores y en plena oscuridad, durante el mismo, el aparato tocó una roca sumergida haciéndolo girar 180°. El tren de aterrizaje fue desplegado para brindar una mayor estabilidad sobre el agua.
Se utilizó para desembarcar un bote de goma inflado de escasa capacidad. La puerta del avión se mantuvo abierta: Con gran nerviosismo fueron saliendo pasajeros y tripulantes. Los pasajeros que no pudieron subir al bote se arrojaron al agua. Nadando y ayudándose aferrados a la borda de la embarcación, llegaron a tierra.
Ya sobre la costa, cinco tripulantes se tiraron al agua con el fin de remolcar el bote salvavidas. La temperatura del mar oscilaba entre los -3 a -4° C., de esta manera y con denodados esfuerzos se pusieron a salvo sobre la costa. A las 7:44 del 18 de agosto, el Neptune de la Marina de Guerra comunicaba al aeropuerto de Trelew que la máquina perdida había sido hallada a la altura de Punta Lobos, a 100 metros de la costa, avistándose solamente la cola de la misma. También informó que se veían en la angosta playa cuatro sobrevivientes, cerca de la barranca.
Desde un avión Albatros se arrojó Carlos Robledo, cabo primero de 25 años guardia apostado en la Base Militar de Tandil que llevó adelante el auxilio de los sobrevivientes. Los tripulantes una vez rescatados fueron enviados a Trelew.